El 13 de Septiembre de 1879, nacía Harry Burton en Stamford. Lincolnshire. Si buscamos su nombre en Google o cualquier otro navegador, descubriremos que hay muchos otros “Harrys”que aparecen antes del que nos ocupa hoy. Y es que la historia, el destino y a saber qué otras fuerzas extrañas, han hecho que la genialidad y el legado de Burton parezcan haber quedado desligados de su persona con el paso de los años. Harry Burton fue un fotógrafo inglés cuyo talento y dedicación le llevaron a convertirse en el cronista visual del descubrimiento arqueológico más famoso del siglo XX: la tumba de Tutankhamón. Sus imágenes de la cámara funeraria y los magníficos objetos hallados en ella son icónicas y forman parte de nuestro imaginario colectivo sobre el Antiguo Egipto. Pero nadie parece recordar al hombre que se escondía detrás de la cámara y al que el devenir de los acontecimientos escondió entre las páginas de la historia.
Del Renacimiento al Antiguo Egipto
Nacido en el seno de una familia humilde, el joven Harry captó la atención de Robert Hobart Cust, un historiador del arte, principalmente del Renacimiento italiano, que se convirtió en su mentor. Los motivos por los cuales Cust, de una clase social alta decidió tomar al joven bajo su tutela, aún son desconocidos a día de hoy. Pero sin duda, ese fue en primer punto de inflexion en la vida de un joven Burton que pronto comenzó una nueva vida. Para llevar a cabo sus investigaciones sobre el renacimiento a, Robert Hobart Cust se trasladó a Florencia y Harry fue con él como secretario y acompañante.
La zona de la Toscana era un destino habitual entre la clase alta del momento. Coleccionistas, vividores y artistas paseaban con asiduidad por la región, bien para disfrutar de un clima más benévolo, o para deleitarse con el arte y la gastronomía de la zona. Por allí pasaron personajes como Oscar Wilde, Isabella Stewart Gardner o Edward Dent, por mencionar algunos.
Y de ese modo, en Florencia, Harry empezó a mostrar su talento como fotógrafo. Seguramente en un principio sus labores fotográficas comenzaron como una simple necesidad de documentar las obras renacentistas que tanto su mentor como el círculo de amistades, como por ejemplo los Bernard y Mary Berenson, solicitaban.
Se forjó una sólida reputación fotografiando obras maestras del Renacimiento para historiadores y coleccionistas. Su capacidad para capturar fielmente los colores y texturas de las pinturas era extraordinaria. En el año 1903, durante un viaje a Nápoles, conoció al acaudalado abogado neoyorkino Theodore Davis. Buscaba piezas de arte que coleccionar y disfrutaba patroconado campañas arqueológicas en Egipto. En sus manos obraba la concesión del Ministerio de Antigüedades egipcio para excavar en al Valle de los Reyes.
Un nuevo punto de inflexion en la vida de Harry llegó en 1910, cuando Davis, conocedor de la destreza de Burton como fotógrafo, le que le contrató para documentar la tumba de Horemheb. En los años sucesivos, Harry volvió a acompañar a Davis en sus periplos por la tierra de los faraones arqueólogo sustituyendo al fallecido Harold Jones al principio y como fotógrafo, demostrando la misma habilidad para fotografiar antigüedades egipcias que había demostrado con los cuadros renacentistas. Cuando Davis cesó sus excavaciones en 1913, Albert Lythgoe, del Museo Metropolitano de Nueva York, aconsejado por Davis, no dudó en asegurarse los servicios de Burton para llevar a cabo un ambicioso proyecto de registro fotográfico de todas las tumbas tebanas. Por aquel entonces, Burton ya era considerado entre los arqueólogos de la época el mejor fotógrafo con el que se podía contar.
Iluminando la oscuridad
En la época en que la arqueología tal y como la entendemos hoy en día daba sus primeros pasos, el gran reto que se presentaba en Egipto era el de conseguir fotografiar los interiores de las tumbas. Estas, sumidas en la más absoluta oscuridad, presentaban más de un desafío para una tecnología que aún estaba dando sus primeros pasos. Poder documentar en interior de las tumbas de una forma nítida y con todo lujo de detalles no era tarea fácil. Para conseguir sus objetivos y mantener sus altos estándares fotográficos, Burton, desarrolló ingeniosos sistemas de espejos con los que conseguía reflejar la luz del sol hacia el interior de las tumbas. Moviendo esos mismos espejos, mediante largas exposiciones, conseguir “pintar con luz” las pinturas y relieves milenarios que aguardaban en la oscuridad a ser revelados. Las fotografías que Burton consiguió con esta técnica son sin duda pequeñas obras de arte en sí mismas.
Más tarde incorporaría lámparas eléctricas para iluminar espacios más profundos, y también con estos métodos de iluminación demostró ser un gran conocedor de la técnica fotográfica.
Pero más allá de sus inigualables conocimientos técnicos, hay que destacar también si ojo a la hora de componer y situar su objetivo. Sin duda su pasado entre las obras de Boticelli, Piero della Francesca o DaVinci le dejaron un bagaje estético y visual que se refleja en sus tomas.
Las fotografías de Burton destacan por su composición, nitidez, detalle y una iluminación sorprendentemente uniforme y representan un hito en la fotografía arqueológica.
El fotógrafo de Tutankhamón
Pero el mayor desafío al que Burton se tendría que enfrentar en su carrera llegaría en 1922, cuando Howard Carter le solicitó unirse al equipo que iba a afrontar la tarea monumental de vaciar y documentar la abarrotada tumba de Tutankhamón. Durante 10 años, Burton realizó un meticuloso registro visual de cada fase del proceso, desde las vistas generales de las cámaras hasta primerísimos planos de los objetos más delicados.
Para lograr la máxima nitidez y profundidad de campo, Burton usó objetivos gran angular con diafragmas muy cerrados y largas exposiciones iluminadas con potentes focos. El resultado es un archivo de más de 1400 negativos en placas de vidrio de una calidad excepcional. Muchas de esas imágenes se publicaron en todo el mundo. De ese modo, el tesoro de Tutankhamón y su descubrimienro se convirtieron en un fenómeno mediático global. Pero su nombre no aparecía en ninguna de esas publicaciones. Lord Carnarvon, que adquirió la concesión para excavar en el Valle de los Reyes después de que Davis dejase Egipto para siempre, vendió la exclusiva del descubrimiento a The Times. Bajo el “copyright” del afamado diario se distribuyeron las excelentes fotografías que Harry tomó y que crearon y diseñaron la narrativa y el imaginario que hoy todos tenemos en la retina y en la memoria sobre el descubrimiento de la tumba del Rey Niño.
Un legado imperecedero
A lo largo de sus 30 años fotografiando las antigüedades de Egipto, Harry Burton generó un ingente corpus de imágenes de un valor incalculable. Muchos de los monumentos que documentó se han deteriorado severamente desde entonces, por lo que sus fotografías son a menudo el mejor o único registro que tenemos de cómo eran hace un siglo.
Hoy, esas imágenes están siguen teniendo un valor incalculable para las nuevas generaciones de egiptólogos, que gracias a la calidad y excelencia de las imágenes que Burton nos legó, pueden escudriñar todo tipo de detalles y extraer de ellas nuevos conocimientos sobre el fascinante mundo del Antiguo Egipto. Unas imágenes que Harry Burton capturó para la eternidad.